domingo, 23 de diciembre de 2012

En Navidad, un hermoso lugar digno de sus comensales


Los vientos decembrinos han soplado calidez y alegría a la familia de Casa Emanuel. En el Hogar de Bisselanca, nuestros varoncitos, diez por ahora, pero cuarenta en un futuro cercano, ya pueden disfrutar todavía más de uno de los mayores placeres que nos ofrece la vida: comer.
Sí, después de varios meses de arduo trabajo que fueron posible gracias a la valiosa colaboración de varias personas y organizaciones, por fin se concluyó el comedor de la Casa de Jóvenes de Bisselanca  y no solo eso, también fue posible acondicionarlo con el mobiliario necesario para recrear un ambiente verdaderamente refrescante y atractivo (el color anaranjado no fue al azar, no, lo escogimos porque según dicen los conocedores, es un estimulante del apetito).

Refrigeradora, cocina, un mueble para los trastes, un mostrador de cerámica y un área de lavado con una pila de acero inoxidable, se combinan para ofrecer a sus permanentes visitantes un aspecto impecable de orden y limpieza, elementos que sin duda invitan a iniciar un buen tiempo de degustación.

¡Estos son los maravillosos milagros que ocurren en un pequeño pedacito de tierra de una de las naciones más pobres del África y del mundo entero! Por eso esta ocasión tenía que ser celebrada y así fue. Adultos, entre ellos los obreros que levantaron la edificación y algunas señoras colaboradoras, así como nuestros jovencitos, inauguraron el comedor con unas sabrosas viandas: emparedados de chorizo y también de pollo (por aquello de los que por su religión no comen puerco), así como pan con paté de atún, palomitas de maíz, dos deliciosos queques y un lujo adicional: gaseosas frías. Lógicamente, no sobró nada. Elieth, la hija de Eugenia, fue la organizadora pero contó con la ayuda de los chicos.

A todos se les entregó una bolsa con regalos sorpresa: ropa, galletas, confites y gorras, pero para ganarse este obsequio tuvieron que hacer alguna presentación: cantar, bailar, recitar o contar una historia. ¡Fue divertídisimo! Como buenos africanos comenzaron a relatar cuentos graciosos, pero también emotivos… Uno de los trabajadores contó que hacía muchos años él estaba en su casa junto con sus cinco hijos. No tenían nada para comer y esa noche se acostaron con el estómago vacío. Entonces tuvo un sueño en el que pedía trabajo a Casa Emanuel, y así lo hizo en la realidad unos días después. Desde entonces -dijo- a mis hijos no les falta comida.

Así se fue el tiempo entre risas y aplausos hasta que entró la noche. Al final, la bolsita del regalo también sirvió para que los comensales llevaran a casa lo que ya no podían comer.

Agradecemos al pueblo de Costa Rica,  a la Cooperación de la Comunidad Indiana y al Proyecto Solidario Prismian por haber sido parte de este proyecto.