Los vientos
decembrinos han soplado calidez y alegría a la familia de Casa Emanuel. En el
Hogar de Bisselanca, nuestros varoncitos, diez por ahora, pero cuarenta en un
futuro cercano, ya pueden disfrutar todavía más de uno de los mayores placeres
que nos ofrece la vida: comer.
Sí, después
de varios meses de arduo trabajo que fueron posible gracias a la valiosa
colaboración de varias personas y organizaciones, por fin se concluyó el
comedor de la Casa de Jóvenes de Bisselanca y no solo eso, también fue
posible acondicionarlo con el mobiliario necesario para recrear un ambiente
verdaderamente refrescante y atractivo (el color anaranjado no fue al azar, no,
lo escogimos porque según dicen los conocedores, es un estimulante del
apetito).
Refrigeradora,
cocina, un mueble para los trastes, un mostrador de cerámica y un área de
lavado con una pila de acero inoxidable, se combinan para ofrecer a sus
permanentes visitantes un aspecto impecable de orden y limpieza, elementos que
sin duda invitan a iniciar un buen tiempo de degustación.
¡Estos
son los maravillosos milagros que ocurren en un pequeño pedacito de tierra de
una de las naciones más pobres del África y del mundo entero! Por eso esta ocasión tenía que ser
celebrada y así fue. Adultos, entre ellos los obreros que levantaron la
edificación y algunas señoras colaboradoras, así como nuestros jovencitos,
inauguraron el comedor con unas sabrosas viandas: emparedados
de chorizo y también de pollo (por aquello de los que por su religión
no comen puerco), así como pan con paté de atún, palomitas de maíz, dos
deliciosos queques y un lujo adicional: gaseosas frías. Lógicamente, no sobró
nada. Elieth, la hija de Eugenia, fue la organizadora pero contó con la ayuda
de los chicos.
A todos se
les entregó una bolsa con regalos sorpresa: ropa, galletas, confites y gorras,
pero para ganarse este obsequio tuvieron que hacer alguna presentación: cantar,
bailar, recitar o contar una historia. ¡Fue divertídisimo! Como buenos
africanos comenzaron a relatar cuentos graciosos, pero también emotivos… Uno de
los trabajadores contó que hacía muchos años él estaba en su casa junto con sus
cinco hijos. No tenían nada para comer y esa noche se acostaron con el estómago
vacío. Entonces tuvo un sueño en el que pedía trabajo a Casa Emanuel, y así lo
hizo en la realidad unos días después. Desde entonces -dijo- a mis hijos no les
falta comida.
Agradecemos al pueblo de Costa Rica, a la Cooperación de la Comunidad
Indiana y al Proyecto Solidario Prismian por haber sido parte de este proyecto.
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